Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Gëmes, César: Dicen que me case yo, su más reciente novela |
Güemes, César “Dicen que me case yo, su más reciente novela. No me interesa la visión feminista de la literatura: Silvia Molina”, El Financiero. Cultural, 8 de septiembre de 1989, p. 74. –En la narrativa mexicana me parece que hay un equilibrio, en cuanto a la producción, entre la novela y el cuento. Pienso en escritores como David Martín del Campo, quien tiene cuento y novela; o en Hernán Lara Zavala, que tiene cuentos y está por publicar una novela; o en Bernardo Ruiz, en el mismo caso. Así comienza la charla con la escritora Silvia Molina quien, luego de novelas como La mañana debe seguir gris o La familia vino del norte, ayer presentara su libro de cuentos Dicen que me case yo, bajo el sello de Cal y Arena. Del balance que existe entre la narración larga y la breve en la literatura mexicana actual nos sigue hablando: –Creo que cada escritor tiene su propia concepción del trabajo. Cuando uno concibe algo se dice: esto es un cuento o esto es una novela. Me parece que eso es una parte muy personal de cada creador. No sé bien cómo se dé la dualidad entre la escritura de novela y cuento. Lo que sí sé, por ejemplo, es que yo no soy poeta; soy narradora, y cuando concibo algo lo concibo en forma de cuento o de novela. Desde luego se operaron cambios desde sus textos de La mañana... (1977) y Ascensión Tun (1981) a este Dicen que me case yo... –Siento que mi escritura está cambiando. No sé si para bien o para mal pero percibo que ha cambiado bastante. La mañana debe seguir gris gustó mucho por esta aparente espontaneidad que tenía la novela. Y creo que si he ido afinando a lo largo de los años un estilo muy propio. Ese estilo me define como soy, como es mi personalidad: soy una persona no complicada en mi manera de pensar. Siempre voy directamente al grano, y creo que de alguna manera eso está expresado en lo que hago: mi narrativa es muy clara, muy sencilla, es una expresión de mi personalidad. Y esto se ha ido acentuando con los años como una definición de lo que es mi propio estilo. Sigo viendo que tengo muchas obsesiones, aunque no son conscientes. Cuando termino de escribir algo veo que está el mismo tema escondido. Por ejemplo en este libro de cuentos hay como una temática general que es la búsqueda de la identidad en algunos casos. Jamás escribí esos cuentos pensando que el tema fuera la búsqueda de la identidad; en realidad los textos no tienen nada que ver unos con otros; y ni siquiera son cuentos todos urbanos; los personajes casi todos son femeninos pero no tienen qué ver unos con otros: unas son mujeres de provincia, otras de la ciudad, unas provienen de estrato social de la clase media alta y otros de la clase media baja... Sin embargo, todos tienen ahí la búsqueda de la identidad. Los personajes finalmente están tratando de definirse. Y también pienso que quizá es una obsesión mía: que yo también quiero saber quién soy y de dónde vengo. Como encontrarme a mí misma. El libro bien puede ser un reflejo de mi problemática en lo que hago, sin querer. El paso de la novela al cuento... –Escribir cuento me parece bastante difícil, por principio. Ahora, la primera parte de este libro no es nueva. Lides de estaño es un librito de cuentos que me publicó la uam, en el 85, en edición de mil ejemplares. Se vendió todo el tiro y la persona que entró luego a publicaciones de la institución no se interesó por editarlo nuevamente. El librito se quedó perdido. Ahora tenía otros textos que decidí juntar y publicar en conjunto. En realidad son un poco lo que me sacaba del silencio o de la angustia entre novela y novela. Cuando terminé La mañana debe seguir gris pensé que ya no iba a escribir nada, no sé si a todos los escritores les pase lo mismo. No se me ocurría nada. No sabía ni qué escribir. Dudaba de que fuera realmente escritora. Entonces publiqué un librito que me sacó de ese hoyo: Leyendo la tortuga, que no es un libro de creación, sino una investigación de la universidad. Entonces, todo ese tiempo mientras trabajaba ese texto, me permitía no sentir la angustia de no estar escribiendo, hasta que empecé mi segunda novela Ascensión Tun. Y cuando terminé este trabajo volví a sentir el vacío de y ahora qué... Entonces iba escribiendo los cuentos de Lides de estaño, un poco también con la intención de salir de la angustia de no escribir una novela, porque finalmente es donde me siento más a gusto, en la novela. Cuando salió Lides de estaño, ya estaba trabajando en La familia vino del norte. Esta me llevó como cinco anos de escritura. Soy muy lenta. Al terminar esta última, me volvió a pasar exactamente lo mismo. Yo quiero mucho estos textos porque la verdad están hechos muy amorosamente, con mucho detenimiento, pensando que, por una parte, son los textos que me sacan de la angustia de la no creación de una novela, y por otra porque no tengo prisa para publicar. Prefiero hacer textos bien hechecitos y a ver cuándo salen, y al mismo tiempo sentirme contenta al sentir que estoy escribiendo. Finalmente esa es la angustia: el no escribir. El escribir cuentos quizá resulte terapéutico para la escritora... –No precisamente. En alguna época de mi vida pensaba que el escritor andaba como con una red de las de cazar mariposas y pescaba cuentos y novelas por todas partes. Y no. Los textos llegan solitos. Uno no los está cazando. De pronto, sin que me diera cuenta, tenía un cuento. Claro, no estaba trabajando una novela y me dedicaba de lleno a trabajarlo, sin la intención inmediata de publicarlo, ni de estar haciendo un libro de cuentos. Finalmente escribir es el estado ideal del escritor. Pero no como terapia, sino como una extensión de mí misma. Como el estado ideal de todo escritor. Si bien es cierto que la literatura no puede dividirse en femenina o masculina, en Dicen que me case yo sí puede distinguirse a la pluma guiada por una mano de mujer... –No soy, desde luego; una escritora feminista. No me interesa una visión feminista de la literatura. Pero sí creo que tengo un punto de vista de mujer. No sé si por reflejo de mi propia personalidad, pero siento que todos mis textos tienen una visión digamos sutil del mundo. Además de que la mayoría de los personajes sean femeninos, sí siento que hay ahí una manera de ver el mundo diferente: femenina, aunque no me guste como suena. Además, no siento pena de decirlo: simplemente soy yo. Una literatura intimista... –Yo diría que es un reflejo del mundo que me ha tocado vivir, de los seres que conozco, quizá muchos son anhelos míos y me hubiera gustado vivir algunas cosas que viven mis personajes. O quizá sean mis experiencias transformadas. En todo caso, intimistas para los propios personajes... –Sí, los propios personajes miran a su interior de una manera o de otra. Siento que la mayoría de mis personajes quieren cambiar una situación. Hay como una especie de toma de conciencia de lo que se es. Ahí radica el deseo de cambio. Las diversas temáticas entre la literatura de costumbres, como algunas partes de La familia vino del norte, y la propiamente urbana, como ciertos cuentos de Dicen que me case yo... –En La familia... hay una gran parte de novela urbana. Aunque la anécdota del abuelo pertenezca al periodo revolucionario, en realidad el personaje femenino está ligado a un periodista del todo contemporáneo. De hecho lo que me costó trabajo fue el cómo dar una lección de historia sin dar una lección de historia. Por eso quise hacer la novela tan actual, para que no sonara a una novela de la revolución en un estilo ya caduco. “En La mañana... también encontramos elementos del todo urbanos. En la que sí no hay nada de esto es en Ascensión Tun, que ocurre en el sureste de México a principios de siglo. La mayoría de los cuentos de Dicen... son urbanos. Me parece que uno escribe mejor sobre lo que conoce y sobre las propias experiencias aunque estén totalmente transformadas”. El escritor como documentador, a propósito de La familia... –Lo que me interesaba en esa novela y en Ascensión Tun era como dar nuestra propia visión de la historia, porque siempre aprendemos la historia oficial. Siento que eso le pasa también a muchos de mis compañeros de generación: como que llega un momento en que ya no queremos que se nos cuente la historia oficial, queremos ir más allá y contar la historia que no fue contada o la historia desde el punto de vista de otros. En mi caso, para bien o para mal, casi siempre hago una larga investigación para escribir mis novelas. Incluso en La mañana... que podría parecer que no tiene ninguna investigación, sí la hice en la hemeroteca. En los cuentos no, claro, pero sí en Ascensión Tun o en La familia. Si hay una fijación de querer ver la historia de otra manera. El momento de la obra de Silvia Molina... –Estoy escribiendo una novela que pienso que para mí es muy importante, porque pienso que después de esa novela seré la que siempre he querido ser y aún no he logrado. Aquí está mi obsesión que quizá se encuentre en la mayor parte de mis personajes. Desde luego siento que he madurado y pienso que mi escritura ha madurado un poco. Siento que mi escritura está cambiando. Y pienso que voy a ser mejor o voy a poder dar lo mejor de mí misma en cuanto termine la novela que ahora escribo. Finalmente, la explicación de cómo se ha venido dando este salto cualitativo en la escritora... –De La mañana... a La familia..., el juego literario no sólo es un juego de querer narrar de la mejor manera posible una historia. Sino que en La familia... tengo muchos planos entrelazados. Es decir: me puse definitivamente a pensar en la estructura de la novela y creo que esos juegos no se notan, y permiten una lectura corrida. “Eso para mí es un símbolo de madurez en mi escritura porque me permite pensar más en las estructuras de los textos que estoy haciendo. En los cuentos me sucede igual: no están escritos así nada más por decir algo, sino que siempre está pensada la estructura del texto. “Paralelamente a la historia que se quiere contar, hay una obsesión por cuidar el texto y su estructura”. |