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Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Lara Zavala, Hernán: Semblanza de Silvia Molina |
Lara Zavala, Hernán “Semblanza de Silvia Molina” Texto leído en la entrega del Premio Sor Juana Inés de la Cruz Guadalajara, 3 de diciembre 1998 Observen a la mujer que tienen hoy aquí ante ustedes, la ganadora del Premio Sor Juana Inés: Silvia Beatriz Pérez Celis de Molina: delgada, discretamente vestida, el cabello bien arreglado, los ojos enmarcados tras unos lentes que le dan un toque intelectual, serena, tal vez sonriente y siempre en su lugar. Cualquiera diría que es muy seria, ¿no les parece? Pues resulta que lo es. Y en un país como el nuestro eso es una bendición. Porque cuando digo seria no significa que Silvia carezca de sentido del humor, que sea solemne o incapaz de darle libre cauce a sus impulsos y sentimientos. Silvia es una mujer seria en todo lo que emprende: como escritora, como editora, como madre, como esposa, como amiga. Y cuando digo seria quiero decir simple y llanamente confiable, que sabe cumplir, que se compromete. Yo tengo el privilegio de su amistad desde hace ya muchos años. Como sucede tantas veces entre colegas escritores la conocí primero a través de sus libros: de La mañana debe seguir gris, de Ascención Tun, de Leyendo en la tortuga. He estado tratando de recordar cuándo y cómo nos conocimos personalmente. No alcanzo a definir con precisión en qué lugar pero tengo la certeza de que fue a bordo de un autobús –tal vez el legendario y destartalado Manuel M. Ponce en el que viajábamos los entonces jóvenes autores por los pueblos de la provincia como una troupe de saltimbanquis. Yo hablaba distraídamente sobre algún tema relacionado con el sureste, creo que con el escritor veracruzano Roberto Bravo. De pronto sentí una mirada, me volví y noté que Silvia me sonreía. Nadie nos presentó. Esa sonrisa era un mero gesto de complicidad: significaba que ella sabía de lo que yo hablaba. Esa tarde Silvia iba con una de sus grandes amigas, María Luisa Puga, de la que entonces era inseparable. A varios nos tocó de pie en el camión creo que rumbo a una comida cerca de Cuautla, al Club del gato, que así se llamaban los organizadores y apenas cruzamos unas cuantas palabras. Ya la conocía, dije, a través de sus libros pero también tenía referencias de ella por su padre. De lo que estoy seguro es que ese día al bajar del camión le dije que mi padre había conocido al suyo allá en Campeche, cuando él ya era gobernador. En efecto, Héctor Pérez Martínez, a pesar de su juventud, había sido amigo de mi abuelo y en algunas ocasiones mi padre los había acompañado a cenar y se había quedado muy impresionado tanto por el talento político del gobernador como por su amplísima cultura. Se lo dije entonces ignorando y sin calcular que la propia Silvia tenía tan solo un año de edad cuando su padre falleció –ya ministro de gobernación de este país– dejándola huérfana y, prácticamente sin conocerlo. La novelista inglesa Doris Lessing comenta que en su experiencia una infancia difícil es una de los rasgos que tienen en común muchos escritores. No se trata necesariamente de una infancia infeliz, dice ella, sino de niños que se han visto forzados a interiorizar el mundo que los rodea, a observar a los adultos que los guían y a descubrir sus contradicciones. Silvia es la más joven de una familia de cinco hermanos y sin duda la heredera indiscutible del talento literario de su padre. Ignoro si ella considera haber tenido una infancia difícil o infeliz. En una de las fotografías que he visto cuando era niña se ve sonriente, gordita, con un par de moños en la cabeza, de pie, por encima de sus hermanos, con una mirada más clara que la de ellos y también por cierto más ambiciosa pero aparentemente feliz y normal. Recorro las otras fotografías que conozco de ella, las que aparecen en los libros y observo fugazmente, sus cambios: francamente guapa, luciendo sus bellos ojos sin los lentes y con el cabello largo de sus años en Inglaterra; la mirada inquisitiva tras los anteojos grandes y cuadrados de cuando ya era esposa y madre; la foto donde tiene el rostro recargado sobre una mano, plena de confianza en sí misma. El hecho es que Silvia se convirtió en escritora. Ella ha comentado en varias ocasiones que su anhelo de escribir surgió cuando leyó a José Agustín. Sin embargo, La mañana debe seguir gris, con la que ella hace su aparición en las letras mexicanas, novela de amor que ocurre en Europa y que tiene como protagonista masculino al poeta José Carlos Becerra, tiene poco o nada que ver con la literatura de la onda. La mañana le valió a Silvia el premio Xavier Villaurrutia en el año de 1977 con lo que se puede afirmar que entró con pie derecho. A partir de ese momento Silvia Molina asumió su vocación con la disciplina que la ha caracterizado. Aunque ya había hecho la carrera de antropología se metió a estudiar letras en la unam, ingresó en El Centro Mexicano de Escritores e inició la búsqueda de lo que constituiría su universo narrativo. Sus principales preceptores entonces fueron Hugo Hiriart, Salvador Elizondo y Elena Poniatowska. Es curioso pero vista en su conjunto la literatura de Silvia forma parte de una continua búsqueda de su identidad. La mañana refleja la pasión, el valor, la intensidad y la simpatía que Silvia posee y que sólo saca a flote cuando quiere. La novela muestra de manera muy clara hasta qué punto Silvia está dispuesta a correr riesgos y a romper con los cotos morales y económicos impuestos desde afuera. Muestra que es capaz de lanzarse a fondo para disfrutar de la pasión y de la libertad que le inspirar el amor. Después de ese primer libro escribe Ascención Tun, su segunda novela, que en cierto modo la vincula con su padre y con los temas que le eran tan afines, como el de la historia de Campeche. Esta obra le abre un panorama completamente diferente al de La mañana... y con ello logra ensanchar su campo narrativo. La anécdota se basa un niño indígena que vive en una casa de beneficencia durante la guerra de Castas. Estas dos novelas era lo que yo había leído de Silvia cuando la conocí. Luego nos veíamos aquí y allá, nos saludábamos pero en realidad creo que nuestra amistad no se afianzó sino hasta que nos enfrascamos en la aventura de escribir, con un grupo de colegas, una novela colectiva que llevó por título El hombre equivocado. Ella y Aline Pettersson eran las únicas mujeres del grupo entre los once escritores que participamos. El experimento no valió mucho la pena literariamente pero a cambio nos permitió establecer, entre varios de los integrantes, una amistad que ha sobrevivido al paso de los años. A partir de entonces Silvia, Joaquín Armando Chacón, Gerardo de la Torre y yo nos acercamos gracias a las reuniones que se llevaban a cabo regularmente con el pretexto de las entregas. Es por esos años que Silvia publica La familia vino del norte, donde explora literariamente el otro lado de su sangre, el materno, la parte norteña que complementa su personalidad. Pero además de su talento literario Silvia, como su padre, de quien el propio Alfonso Reyes dijo siempre tuvo “una alta y ejemplar conducta de gobernante” se nos fue revelando poco a poco como una persona sumamente emprendedora y con una insólita capacidad administrativa. A raíz de El hombre equivocado Silvia entabla también una buena amistad con Vicente Leñero y con David Martín del Campo con quienes une talentos y organiza tres estupendos volúmenes, México en cien reportajes, 100 entrevistas de personajes y México en cien crónicas que elaboraron para pipsa. Poco antes había creado su editorial “La tortuga veloz” de libros para niños donde tuvo una gran convocatoria y donde ha publicado excelentes relatos de las más diversas plumas de escritores mexicanos; poco después forma la editorial Corunda que, a base de esfuerzo, de talento y de trabajo ha logrado mantener viva hasta la fecha. Fue precisamente a través de la coedición de Corunda y de la Universidad que Silvia, Joaquín Armando Chacón y yo sacamos la colección “De Cuerpo entero”, relatos con transfondo autobiográfico, que ha influido para que nuestra generación fuera mejor conocida entre el público lector. Esta asociación me permitió seguir de cerca la puntualidad, el rigor, la honestidad y el cuidado con los que Silvia lleva acabo todos sus proyectos. Entretanto la escritora continúa con su obra. En 1990 se lanza a recuperar la imagen del padre admirado y desconocido. Pérez Martínez había escrito en 1932 una novela un tanto vanguardista con el título Imagen de nadie. A ella le obsesionaba la personalidad de su padre, un triunfador que muere en el momento más importante de su carrera. Silvia se mete a indagar sobre su vida, escribe un libro y lo bautiza con el afortunado título de Imagen de Héctor lo cual le permitió tender una red no sólo de hija a padre sino de escritora a escritor. El libro está tratado en ese tono entre testimonial y novelístico que Silvia maneja tan bien y cuyo tema en sí mismo es clásico de las letras: la búsqueda del padre. Este volumen ahora se ha complementado con otro, Héctor Pérez Martínez en la intimidad, armado por la propia Silvia, para conmemorar el cincuentenario del fallecimiento de su padre. Con su carácter discreto, su sonrisa tímida, su absoluta independencia y su enorme fuerza de trabajo Silvia es siempre capaz de sorprendernos. Un día en un encuentro de escritores cogió una guitarra y se puso a cantar con una voz delicada y bien temperada. Cuando publica su libro de cuentos Un hombre cerca me conmueve al ver que me dedica el relato “Domingo”. En 1993 gana el premio Juan de la Cabada de literatura infantil con su libro Mi familia y la bella durmiente que es un cuento dentro de varios cuentos en un ingenioso armado de cartas que logra comunicar la ficción con la realidad, el tiempo actual con el de las historias de hadas. A veces nos enteramos de que está dando clases en Provo, Utah; o que se encuentra en Iowa en el International Writing Program o que anda por Campeche reuniendo material para escribir una crónica de viaje o que está coordinando un taller literario al que amablemente nos invita a participar para que sus alumnos conozcan nuestros libros o nos permite el acceso a su increíble biblioteca para que podamos nutrirnos de ella. Ahora una de sus hijas, Silvia, la mayor, se ha casado ya. La otra, Claudia, se encuentra estudiando en Inglaterra en el London School of Economics. Claudio, su esposo, que siempre la ha apoyado en su carrera, sentirá que acaso tendrán un poco más de tiempo para sí mismos. Como se los dije: Silvia es gente seria: estudiosa, dedicada, talentosa, honesta, siempre solidaria y generosa con los colegas escritores, esté como jurado, como editora, como participante de una mesa o simplemente como la excelente amiga que es. Por eso ahora que su novela El amor que me juraste se ha hecho merecedora del premio Sor Juana no nos queda más que reconocer la lógica natural de la distinción, alegrarnos y felicitar a Silvia Molina pues además del indiscutible mérito del libro significa también el reconocimiento a muchos años dedicados a la literatura en cuerpo y alma. Al recibir este prestigiado premio Silvia Molina enaltece, como mujer y como escritora, el panorama de las letras hispanoamericanas. |