Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Pinto, Margaraita: La familia vino del norte |
Pinto, Margarita, “Entrevista con Silvia Molina: La familia fino del norte” Sábado, núm. 515, 15 de agosto de 1987, p. 12.
La familia vino del norte, última novela de Silvia Molina, plantea como meollo fundamental la búsqueda del pasado de Dorotea Leyva, una mujer que decide investigar todo lo relacionado con la vida de su abuelo, el general Teodoro Leyva, quien en años pasados participara en las luchas revolucionarias. No obstante, este pasado histórico sólo sirve de pretexto para llegar al encuentro de algo mucho más personal. El lector se encuentra con la historia familiar de Dorotea y el retrato de una parte de la sociedad, visto a través de los ojos de ese personaje femenino. Y este es esencialmente el motor de la trama que la autora, mediante un lenguaje sencillo, quiere mostrarnos. —El tema de la provincia está presente en tú novela Asención Tun y ahora vuelve a aparecer nuevamente. —En Asención Tun sí. En esta otra no es lo principal. En realidad ambas son historias en las que yo misma busco mis orígenes. Mi padre era campechano y la familia de mi madre es sonorense, pero creo que en La familia vino del norte el escenario de la provincia es mucho menor que en la otra novela. La parte fundamental se desarrolla en la ciudad de México, aunque está presente la recuperación de una vida de provincia mediante el lenguaje, la comida y el escenario. —En esa recuperación hay una suerte de nostalgia que corre en paralelo a esa búsqueda de los orígenes. —Sí, pero en realidad creo que toda la novela es una búsqueda para asumir una condición; es decir, quién es el personaje, de dónde proviene, y quiero hacer un paréntesis que cabría bien aquí: Emmanuel Carballo, dijo —aunque no cito textualmente— el día de la entrega del Premio de Novela a Joaquín Armando Chacón, que la literatura está hecha por un grupo de la sociedad y es disfrutada también por un pequeño grupo de esa sociedad, que es la burguesía y, le guste o no a la gente, hay que saber verse y decir sí soy eso. No podría negar mi condición. Pero ésta es una búsqueda también que va más allá de lo personal, en la medida en que el personaje cuestiona lo que ha pasado con la Revolución en México, partiendo desde lo más inmediato que tiene que es su familia, su abuelo. En el fondo, en todos mis libros, yo he planteado esa búsqueda de identidad. Tanto en mis novelas, como en mis cuentos hay distintas voces que se expresan y que, sin querer, han llegado a lo mismo. —Si volvemos a tus inicios en la literatura, ¿podrías decir qué significó para ti en su momento el Premio Villaurrutia por tu primera novela? —Me dio un miedo horrible. Por eso, después de mi primer libro, pasó mucho tiempo hasta que escribí mi segunda novela. Muchos meses estuve recopilando material para escribir finalmente mi libro Leyendo en la tortuga, hasta que un día me di cuenta de que no podía seguir con esa actitud de autocrítica que me obligaba a postergar mi trabajo. Había que entrarle al toro y ni modo. —Y si ahora tuvieras que hacer un balance de lo que has escrito en todos estos años, ¿qué dirías de tu evolución? —Diría que después de diez años de trabajo me he podido sentir más dueña del oficio y he entendido, entre otras cosas, que la solemnidad en la literatura no es buena. Ahora entiendo la literatura y el oficio de escribir como un juego muy delicado, muy sutil, que tiene ciertas reglas que hay que conocer para saber jugar. Creo que, en la medida en que siga pasando el tiempo y mis lecturas, mi escritura irá mejorando cada vez más. —Y, ¿cómo te ha tratado la crítica en estos diez años? —En general muy bien. Por ejemplo, ahora después de diez años de haber publicado La mañana... me doy cuenta de que es un libro del que se sigue hablando. No me puedo quejar de la respuesta de la crítica, aunque con esta última novela ha habido una reacción diferente en la que se me pide un criterio diferente para armarla. Yo creo que todo es cuestión de gusto y me parece muy bien y muy real que mi trabajo no le guste a todo el mundo. Pero nunca dejaré de hacer lo que yo quiero, porque mi trabajo no consiste en satisfacer a la crítica, sino más bien a las exigencias de mi escritura y de lo que quiero expresar con ella, con el tono y la voz que me sean útiles. Una polémica en torno a un libro, de cualquier modo resulta favorable. |