Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Trejo Fuentes, Ignacio: Lídes de estaño |
Trejo Fuentes, Ignacio “Lides de Estaño. Cuentos de Silvia Molina” Excélsior, La cultura al día, vol. LXVIII núm. 24744, 22 de febrero de 1985, p. 4
Los cuentos del reciente libro de Silvia Molina, Lides de estaño, tienen un asunto en común: la femineidad. Sé que es ocioso y hasta torpe hablar de una “literatura femenina”: la literatura es eso y ya, no reconoce géneros, esté escrita por quien sea; sin embargo, las páginas de esta obra derrochan esencias femeninas, trasudan delicadeza y suavidad, a tal grado que resulta imposible sustraernos a su señalamientos. Y es precisamente en el registro de esa temática donde encontramos una gran parte del valor del volumen; la otra se sustenta en las cualidades narrativas, estilísticas de la autora, mostradas anteriormente en sus novelas La mañana debe seguir gris y Ascensión Tun. De los diecisiete textos, sólo uno (“De palomas y cuerpos en el espacio”) escapa a aquella línea de cohesión, pues su narrador es un protagonista masculino y la parte medular de la trama gira en torno suyo: la presencia de la mujer no se da, o se da sólo tangencial, veladamente. Y me cuidé de escribir femineidad y no mujer porque, si no me equivoco, Silvia Molina se propuso indagar en la naturaleza del primer concepto desde diferentes perspectivas, lo que lleva implícita la relación con el otro término. De este modo, las protagonistas de los cuentos son mujeres de diferentes edades, caracteres y condiciones sociales, enfocadas asimismo en circunstancias necesariamente distintas. Lo notable es que en cada texto hallamos verdaderas síntesis de lo que cada carácter, edad o condición social son y significan. En algunos casos, Molina enfoca el tema por medio de personajes femeninos infantiles, en otros centra su atención en protagonistas medianamente jóvenes o en mujeres del todo maduras, ancianas incluso; a veces conjunta los tipos y va de uno a otro con asombrosa facilidad y precisión, valiéndose de recursos narrativos sutiles pero eficaces: en este sentido debe remarcarse su insistencia en recuperar la mentalidad y el espíritu infantil por medio del discurso de una protagonista adulta sumida en sus recuerdos, tratando de dar corporeidad a épocas remotas que, sin embargo, mantienen una presencia vívida en su conciencia: “Más de veinte años han pasado y aún me resisto a olvidar algunas escenas de mi educación preescolar. Esos hechos me parecen significativos ahora: en cambio, cuando tenía seis años no los pude comprender”, leemos en “Amira y los monstruos de San Cosme”. Es. éste, sin duda, uno de los métodos predominantes Y hay, según creo entender, un propósito de mayor peso, de más envergadura. Leyendo con atención descubrimos a lo largo de los textos que las protagonistas viven envueltas en crisis ya de conciencia, ya de identidad, o al menos se muestran inquietas debido a su circunstancia y la presencia permanente de la posibilidad de ser otra mujer en otras condiciones (véase “Ya no te voy a leer”). Esa interrogante en tornó suyo, que en muchos casos llega a volverse obsesiva, no tiene salidas prácticas: el único medio efectivo para sacudírsela es volver la vista hacia el pasado, para contemplar en la niñez asomos de verdadera dicha de plena felicidad. Esta vuelta atrás, esta constante retrovisión, nos lleva a sospechar que, para la autora, el estado ideal del ser femenino es la infancia, la candidez que lleva implícita, lo que da por hecho que el ser mujer adulta implica demasiados riesgos, muchas situaciones cuando menos difíciles y complicadas, sea el orden intimo, existencial, o en el meramente físico o externo; si no, ¿por qué ese recurrente interés por mirar hacia atrás? ¿No será una manera de buscar consuelo o, al menos, aliento en medio de las situaciones conflictivas? Acudiendo al viejo pero siempre eficaz recurso del alegar falta de espacio para profundizaciones mayores en torno al asunto central del libro de Silvia Molina, debo sólo añadir que es una muy buena obra en base precisamente a su coherencia, integridad e interés de sus planteamientos de fondo. Leyendo los cuentos de manera aislada puedo señalar los cuatro que me parecen mejores por su equilibrio temático-técnico: “La casa nueva”, “Ya no te voy a leer”, “Otoño” y “¿Qué hubieras hecho?” Los más débiles —en un artículo próximo revisaré con detalle cada relato— “El paraíso perdido” y “De palomas y cuerpos en el espacio”. |