Donoso Pareja, Miguel, “La mañana debe seguir gris”, El día, secc. Cultura: bitácora latinoamericana, 19 de enero de 1978.
Sobre la base de las páginas de un diario —del 10 de noviembre de 1969 el 27 de mayo de 1970 (lo que constituye el tiempo real de la narración)— y dos hechos verídicos —la relación amorosa de la autora con el poeta José Carlos Becerra y la muere de éste en un accidente automovilístico— Silvia Molina estructuró La mañana debe seguir gris (editorial Joaquín Mortiz, serie Nueva Narrativa Hispánica, México, DF, 1977), texto que rebasa los límites de lo anecdótico y de su referente inmediato para constituir una breve e intensa novela que opera específicamente y con autonomía.
Si alguna virtud cabe destacar en este texto, esa es su modestia y, junto a ella, la forma discreta y objetiva de enfrentarse a los hechos. El lenguaje llano y serenamente expresada, trasmite una frescura que, por supuesto, no debe confundirse con inocencia narrativa.
Por el contrario, La mañana debe seguir gris quiere —y lo logra— constituir una estructura, un “artificio” que ni sustituya ni refleje la realidad, aun emergiendo tan directa y dolorosamente de ella. Simultáneamente, ese “artificio” es una realidad, una “novela de amor” —y no uso la expresión en forma peyorativa— que sobrevive al margen de los protagonistas. Este es, nuestra opinión, un logro notable.
Silvia Molina hace gala de conciencia cabal del asunto que tiene entre las manos. Por eso toma de la realidad exactamente lo que le es útil para el texto que quiere construir, no se deja arrastrar —para no atentar contra su creación por lo vivido. Sabe, igualmente, que buena parte de la historia es conocida, y que el interés de la lectura no debe provenir ni de curiosidades extratextuales ni de hechos inesperados. Ambos aspectos los supera con maestría, el primero con un distanciamiento tierno que consigue universalizar los hechos particulares, y el segundo arquitecturando su historia de manera ingeniosa y sobria. El uso de fragmentos de poemas de Becerra al iniciar los capítulos es un primer recurso empleado por la autora a favor de ese distanciamiento y de esa universalización. Otro es narrar sin detalles; todo opera como sobrentendido.
Así, Becerra se define por sus textos, en toda su hondura, y Silvia Molina por el suyo. La historia de amor es un pretexto sobre el cual el que lee puede situar a los personajes para revitalizarles: el modo de ser de éstos determina que la historia sea diferente, que adquiera una dimensión al mismo tiempo que particularizadora, universalizadora.
En lo que respecta al interés mismo de la secuencia narrativa, Silvia Molina antepone partes del diario como un esquema de la historia completa, diciéndonos qué nos va a contar. Pero esta entrega es sólo un anticipo, una guía. Por ejemplo: “10 de noviembre. Conozco a José Carlos Becerra”. Automáticamente el lector, al margen de quién sea José Carlos Becerra —que desde entonces comienza a funcionar autónomamente, como “personaje”— quiere saber “cómo lo conoció”, etcétera, pero este interés proviene ya del texto, de su organización, y no del referente real. Y así sucesivamente, porque cada fecha del diario es un capítulo, y en cada fecha hay una guía que despierta el interés de la lectura a partir del texto y de su propia dinámica.
De esta manera Silvia Molina va construyendo su novela, su “ficción” de lo “real”, hasta conseguir un discurso que se da fluida y sobriamente, sosteniendo el interés, reviviendo y permaneciendo, en lo vivo (en este caso la novela), lo acabado, lo que fue pero será porque, como señalan bien los editores, La mañana debe seguir gris es “la reiterada historia de amor de los clásicos contemporáneos e inimaginables amantes por venir....” |