Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Lavín, Mónica: Inventario de lectura |
Autor: Lavín, Mónica
Publicado en la Revista de la Universidad Nueva Época, No. 65, julio 2009, págs. 86-87
Ver publicación ¿Para qué sirve un inventario?, dice el epígrafe con que arranca la primera parte de En silencio, la lluvia, la novela más reciente de Silvia Molina publicada bajo el sello Alfaguara. En seguida, la respuesta tomada de la Comisión Nacional del Ministerio de Alojamiento de Bélgica. Permite comparar el estado del lugar al principio y al fin del arrendamiento; y determinar en caso de reparaciones necesarias, las que incumban al propietario o al arrendatario. Por lo tanto, asumo a la autora como la propietaria de esta novela y a mí, lectora, como la arrendataria pasajera, que transita por esta su propiedad y se le apropia mientras la lee, la hace suya lo que obliga a un inventario de mi estado después de En silencio, la lluvia.
¿Acaso no todo lector debiera hacer una bitácora que diera cuenta de su paso por los libros? Todo lector no es el mismo después de las palabras y los mundos que los escritores nos ofrecen. Y a nuestra manera hacemos esa bitácora. Para empezar, y como testimonio más palpable de ese nuevo estado del lector están los subrayados. Ellos dice yo pasé por aquí y me detuve, elegí dentro del texto esta frase por su belleza, por su contundencia, por su profundidad, certeza o originalidad. Me hice acompañar por el libro, lo utilicé como espejo, como lupa para mirarme y mirar a los demás. Incluso ponemos fecha y anotamos frases al final de nuestra impresión lectora. De En silencio, la lluvia he subrayado muchos momentos pero antes de mostrar a ese estado comprobable de mi paso por el libro que una hipotética Comisión Nacional de la Lectura podría exigirme diré en mi inventario de lectura que lo primero que me ha entusiasmado es la voz. La protagonista de esta novela vigorosa e íntima hace un recuento personal de sus años en Lovaina, alojada en el beguinaje, donde las mujeres del siglo XVI solían vivir para tener independencia y no necesariamente dedicarse al marido, vivir bajo la tutela de los padres o en una orden religiosa, un beaterio, nos dice la narradora, término que en español tuvo una connotación despectiva. Mujeres eligiendo un estilo de vida independiente y colectivo para estar en el siglo renacentista que les tocó. La protagonista, Mónica, hace un recuento de sus años en Bélgica interpelando al lector con frases “como ya he dicho” porque en realidad escribe a la manera de Catharina de Lovaina, el personaje que ha ganado su interés y a quien dedica su estudio de postgrado en lugar de a la pintura flamenca como inicialmente había pretendido. Si Catharina escribía para evitar las lágrimas, para entender sus pasiones y Mónica, la mexicana que estudia en aquel país por el cuál está atraída y feliz de estar lejos de un, relación tormentosa y de la incomprensión de sus padres por que ella deseara un mundo más ancho (“que te falta aquí mi hijita”) también escribe para entender su persona y sobre todo para comprender si es real su enamoramiento por Jan, el belga con quien tiene una relación a gusto, interesante, sabrosa pero culturalmente distante.La protagonista escribe desde el corazón, en ese tono confesional en donde no es preciso quedar bien con nadie, sino explorar las dudas, los pasos, las complicidades. Esta, después de todo, es una historia de complicidades involuntarias entre tres mujeres del presente: Irene, la colombiana que hace un inventario de la relación de pareja con su marido español, Santiago; María, amiga de las dos y de alguna manera puente entre las generaciones y Catharina de Lovaina a quien la protagonista va conociendo a través de sus escritos y de quien se siente profundamente cercana. Un espacio las implica, un estado de ánimo también. En realidad qué mayor intimidad puede establecerse que el leer el diario de una persona y traducirlo desde su lengua lejana al español cercano; y en ese ir y venir de un idioma a otro ir comprendiendo el amor de esta mujer por el niño con el que creció, el pintor Mostaert que se ha ido a España, quien la formó como ilustradora y quien ocupa las palabras de su diario para poder sanar el dolor, evitar la congoja y hacer más digna la espera que dejará de serlo. A través de la traducción de los textos de Catharina de Lovaina, de la confesión desesperada de Irene que ha descubierto que su marido está enamorado de una joven, la estudiante irá descubriendo la naturaleza de la relación destructiva con Rodolfo, el abismo cultural insalvable con Jan y la sutileza de una relación que no será: la del profesor Hoste, que dirige su investigación. 2. Vuelvo al inventario de la experiencia de lectura de En silencio, la lluvia para subrayar la presencia de los espacios. No puedo evitar, sabiendo que Silvia pasó varios años en Bélgica, imaginarla descubriendo Bruselas y las ciudades de alrededor para transmitir, a través de las palabras de la protagonista, su asombro por los lugares, Bruselas, una ciudad develada lentamente, una ciudad de secretos, de rincones, a la que hay que saberle el modo. Se siente una relación cálida con el lugar, un lento atrapar la esencia de las calles y los restaurantes, la luz y las diferencias entre las comunidades francesa y flamenca. La verdad es que después de la novela, dan ganas de ir a Bélgica, de estar en Bruselas, de ir a Brujas, Amberes, Lovaina. De conocer aquellos beguinajes de casas y calles estrechas que alguna vez fueron sólo de esas mujeres que no hicieron votos de obediencia ni de castidad pero que consagraron su vida a esta opción colectiva, que les daba seguridad y les permitía conservar sus privilegios de clase (y pagar menos impuestos). A desarrollar sus oficios, sea encajeras o ilustradoras como sucedió con Catharina de Lovaina quien se preció de ilustrar libros que se imprimirían en las destacadas prensas de Amberes y Brujas para salir al mundo. Las beguinas, nos enteramos, vivieron en ese lugar ahora propiedad de la Universidad de Lovaina hasta 1962. En el inventario de lectura uno se entera de un tiempo en donde la pintura flamenca ya tenía un lugar destacado. Uno enriquece su visión del presente belga con la de cinco siglos atrás. Uno camina y mira por las ventanas donde las beguinas vivían. Leyendo la novela dan ganas de repasar y remirar los Van Eyck que la autora atrapó en la escritura. Aquello que se dice de Mostaert, el pintor del que está enamorada Catharina, “un interprete del silencio y la tranquilidad, de los interiores domésticos de Flandes, de acontecimientos privados, de las emociones”, permea el espíritu de la novela.
3. Uno se asombra del inventario minucioso que es obligación hacer cuando se renta o se deja una propiedad en Bélgica. Uno no resiste utilizarlo para analizar su estado lector, después de la novela, a la manera en que Irene lo usa para jugar con su marido y ver el estado de su relación muchos años después: quién es cada uno. Silvia Molina utilizó este curioso recurso para dividir la novela en tres partes precedidas por epígrafes tomados de esta ley. Pues al fin y al cabo la protagonista, la joven estudiante que volverá a México ha hecho su propio inventario, un recuento necesario que comparte con el hermano, para llegar a una decisión final. 4. Los subrayados: Los pensamientos de la protagonista, íntimos, puestos delicadamente en el papel, con la prosa natural y certera de Silvia Molina nos invitan a reflexionar. Comparto algunos: ….pensé que sólo teníamos en común la pasión, el dolor o el deseo, ya que el desengaño no se comparte puesto que, por lo general, es secreto e íntimo. Cuando encuentras una evasión o te ocupas en algo más allá de ti misma –otra vida, otros problemas-, das con la forma De pasar el mal momento de tu vida, de ahuyentar el abatimiento del amor propio, el padecimiento por el desengaño y la amargura que te regala el fracaso. Sí me refiero a la ruina, la decepción. Evitas la exhibición personal. Y de una carta de Catharina de Lovaina: Y así ando; ora huyendo de la soledad, ora deseándola, ora no queriendo leer, ora buscando alguna nueva lectura, y siempre apeteciendo tiempo para escribir mis pensamientos. Si viviera en casa de mis padres, habría perdido demasiado tiempo en la vida social. Después de todo aquí tengo la paz y el tiempo para gastar en mis debilidades.
5. Un personaje notable. Curiosamente el personaje notable de esta novela, es el que, a la manera de la pintura flamenca está en la zona oscura del cuarto, allá tras un cortinaje. Es el menos visible y el que menos expresa sus verdaderas emociones. Encuentro un logro notable la presencia del Profesor Hoste, exacto, exigente, metódico y ordenado quien dirige la investigación de la becaria en Lovaina. Después de que la protagonista le ha dicho que ahora lo que quiere es investigar a las beguinas, le dice: “Dedíquese a lo suyo, a terminar lo que comienza, y no salga con arranques tropicales que no llevan más que al desprestigio”. Sin embargo en la escena final de la despedida, cuando la chica ha terminado la tesis y él ha escrito en espléndido prólogo con los elogios que no le había prodigado, en ese silencioso adiós hay una altura amorosa. Me recuerda el momento triste en que Joe, el cantinero de Desayuno en Tiffanys de Capote, que ha pedido una limousine para que Holly Golightly llegue al aeropuerto, y la muchacha asombrada por el gesto amoroso y sorpresivo le dice gracias, este sólo acierta a arrojarle las flores de un florero y pedirle que se vaya. Despecho, dolor, silencio. Ese silencio y su contundencia, la delicadeza con que esta tejido el verdadero amor bajo el sustrato de lo evidente, el tejido mismo de la novela, es como una pieza de encaje de Brujas: luz calada, elegancia, un dibujo para ojos atentos que se duelen con la revelación. Y como el inventario debe hacerse detallado y por escrito, con fecha y firmado por el propietario y el arrendatario… anoto mi nombre y la fecha a este inventario de lectura para que otros procedan a su arrendamiento y se apropien a su manera de En silencio, la lluvia. |