Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Lara Zavala, Hernán: Tesis para una hija menor |
Lara Zavala, Hernán Nexos, núm. (¿?), 1990, pp. 83-84. “Tesis para una hija menor”, La primera vez que oí hablar de Héctor Pérez Martínez fue en boca de mi padre. Comentaba que, cuando él era estudiante en Mérida y su familia vivía en Campeche, acompañó alguna vez a su padre a cenar en compañía del famoso doctor, que “de no haber muerto tan joven hubiera podido llegar a presidente de la República”. Mi padre quedó impresionado por la cultura y por la simpatía del joven gobernante. El doctor Pérez Martínez tendría por entonces 33 años. Antes de ser gobernador, Pérez Martínez había hecho una meteórica carrera que lo llevó de la facultad de Odontología –a la que renunció de tajo– a las páginas de El Nacional –donde comenzó como corrector, y en pocos años llegó a subdirector– y de ahí a una diputación que lo dejó listo para asumir la gubernatura de su estado natal. A los veinticinco años, y mientras trabajaba en El Nacional, Pérez Martínez inició una controversia con Alfonso Reyes sobre el tema de la “literatura nacionalista” versus la “literatura cosmopolita”. Pérez Martínez le reprochaba a Reyes –que a la sazón vivía en Sao Paulo–, su desvinculación de México. El propio Reyes afirmó que Pérez Martínez le otorgó una consideración desmedida, “hija de una simpatía con ribetes de intolerancia”, pero admitió que la polémica se llevó a cabo “dentro de los límites de la caballerosidad”. Más experimentado, más viejo lobo de mar, Reyes deshizo con elegancia las acusaciones de Pérez Martínez y convirtió a su detractor en admirador y amigo. ¿Quién venció? En apariencia Reyes. Pero Pérez Martínez logró notoriedad y la amistad del patriarca. Contar la historia de este hombre extraordinario y polifacético, que cambió de oficios al ritmo que le marcaban las oportunidades y se mantuvo como funcionario público en ascenso con Cárdenas, Ávila Camacho y Miguel Alemán –quien lo nombró Secretario de Gobernación a los cuarenta años– no es tarea fácil. Pérez Martínez era lo que hoy se dice un trabajoadicto, un hombre que dedicaba a sus labores entre 18 y 20 horas diarias, que podía ser indistintamente subdirector de un periódico y diputado, que escribió nueve libros en cuatro años y decidió sacrificar, aunque no del todo, su talento literario por su talento político. Éste es el reto que enfrentó Silvia Molina. Por si fuera poco, Pérez Martínez era también su padre y un total desconocido: ella tenía un año de edad cuando él murió. ¿Cómo cuenta un autor la historia de su padre sin que suene chabacana, sentimental, o descarnada y distante? Silvia Molina se lanza a rescatar una imagen virtual sustentada en la opinión de muchos. Se trata de atrapar una imagen mítica e inalcanzable. En uno de sus pocos comentarios íntimos, Molina escribe: “A veces, la Hija Menor creyó recordarse casi como en sueños sentada en la cama de Héctor, viéndolo dormir, y de pronto, unas manos tomándola por sorpresa, un grito, un abrazo. Y luego, los dos tumbados en el colchón, muertos de risa. Ese era el único recuerdo que tenía de Héctor, y ni siquiera sabía si fue cierto: un juego en la cama. Un juego en la cama que quería profundamente cierto, una Electra que deseaba profundamente verdadera, porque en la medida en que se le diera el amor por ese hombre que buscaba, amaría a otros”. Una búsqueda literaria y vital, como la de todos los libros que valen la pena. Una búsqueda de los orígenes que continúa la indagación iniciada en La familia vino del norte. Una historia más difícil de contar porque involucraba el mito social y la ficción individual de un ser cercano y lejano, y debía enfrentar la crudeza con la fantasía que sólo un hijo puede sentir en la figura del padre. ¿Qué es entonces Imagen de Héctor? ¿Una biografía? ¿Un reportaje? ¿Una novela? ¿Una autobiografía? Es todo eso a la vez. Gracias a la libertad sin límites qué permite el género, Imagen de Héctor es muchas cosas, pero sobre todo una novela y una novela muy acorde con las exigencias de la época. Se apoya en un personaje de la vida real con referentes concretos e identificables, tiene un marco subjetivo típico de la novela y una estructura rica e imaginativa. La omnisciencia parcial de la Hija Menor de la familia Pérez Celis le permite a Silvia Molina alejarse y acercarse de la imagen de Héctor a través de su propia experiencia; también le permite crear una distancia entre ella y la Hija Menor. Este mismo recurso la salva de contarnos una historia lineal y periodística en favor de la historia afectiva de la Hija Menor en busca del padre fallecido prematuramente. Tengo la impresión de que el libro pudo haber sido mucho más prolijo, más extenso, ahondar en las motivaciones sicológicas y ambientar más el contexto en el que se movía Héctor Pérez Martínez en su vertiginosa carrera. Pero ese hubiera sido otro libro. Silvia Molina dice que Pérez Martínez escribió una novela –Imagen de nadie– que era “el reflejo de la imagen de Héctor”. Imagen de Héctor es también el reflejo de la Imagen de Silvia. De nadie a Héctor, de Héctor a Silvia y, ahora, de Silvia a nosotros. |