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Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Reyes, Juan José: La memoria que inventa |
Reyes, Juan José “La memoria que inventa” El semanario cultura de Novedades sec. Ficción, (¿?)
Hilvanando recuerdos, inventando escenas posibles e imposibles, Silvia Molina traza la imagen de su padre, el político, periodista y escritor Héctor Pérez Martínez. Una imagen personalísima, construida a través de una bruma, de las piezas borrosas de una memoria que tiene que ser la de una novelista. Memoria e imaginación. Como varias otras novelas de nuestro tiempo y de nuestro país, Imagen de Héctor pone en la circulación ficticia pero siempre creíble a personas de carne y hueso, personas-personajes. El primero es desde luego Héctor Pérez Martínez, un inteligente actor de la política mexicana posrevolucionario muerto prematuramente (a los cuarenta y dos años). La carne y los huesos suyos, como los de los demás, sin embargo se diluyen por la intención de la narradora. Una intención hábilmente cumplida (en un camino en apariencia, nada más en apariencia, sencillo). Se trata de hacer un retrato fiel a la realidad, pero lo real aquí no tiene más datos que los de una amorosa construcción imaginativa. Silvia Molina es tan fiel a sus recuerdos como a su necesidad de fabular. La novela nace y se construye en esta conveniencia. Dos líneas pues, tendrá esta novela. En la de lo real, lo verídico encontramos sobre todo la voz inamovible de la historia. Héctor Pérez Martínez fue un personaje importante de nuestra política, y Silvia Molina recoge líneas, fragmentos de papeles a partir de los cuales pueden entreverse los abismos que el poder tiende a su alrededor, incluso en su alrededor más inmediato. En este mismo campo está la presencia de Héctor Pérez Martínez en el periodismo, fundamentalmente, y en la literatura. En todos los casos los datos que transmite la novelista serán precisamente los necesarios para completar el difuso labrado de esta imagen. Pocos datos, importantes todos. Datos que hablan de un hombre, pero sobre todo de un hombre que es un personaje: un hombre mirado por quien lo está creando. Silvia Molina no ha caído en la trampa de entablar diálogo o pleito con la figura paterna. Ni diálogo fervoroso (de esos que nada más justifican su lamentable existencia por su afán de justificar la propia gloria en nombre de la ascendencia) ni réplica rencorosa o reclamo enconado. La voz narradora, la de Silvia Molina, sabe bien por dónde andar. Inventa. Mira, en efecto, todos los árboles desde el centro del bosque. Es decir, Silvia Molina confía tanto en la capacidad de recuerdo como en la capacidad de olvido. De la suma extraña de ambas saldrá la novela: la capacidad de imaginar. En ese margen confuso, en ese pliegue que hermana a la realidad yerta de los datos indudables con la viva realidad improbable de los datos de la imaginación se larva y se desarrolla la novela. Imagen de Héctor esconde en su simplicidad formal un amoroso fervor y sobre todo la pulida y rica simiente de la imaginación novelística. Como es, esta Imagen de Héctor es un libro disfrutable y formalmente irreprochable. Uno puede pensar, legítimamente y a la vez, que bien puede tratarse de un punto de partida hacia una obra más ambiciosa que aquella niña de un año hija de Héctor Pérez Martínez podría hacer con su sorprendente capacidad para tejer los invisibles lazos de lo invisible. |