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Vázquez, Felipe: La ficción de la historia |
Vázquez, Felipe “Novela. La ficción de la historia” Sábado. Suplemento uno más uno, núm. 1190 22 de julio de 2000, pp. 13-14.
Las relaciones entre la novela y la historia han sido siempre problemáticas principalmente en la era moderna, en la que los escritores han sido no pocas veces víctimas de la “fatalidad histórica”. Ya desde la Antigüedad, los escritores hacían la crítica no sólo de la sociedad sino del cielo y, al hacer la crítica del poder (político o religioso), muchos fueron víctimas del César. Sin embargo, los procesos históricos del siglo xx han sido pródigos en el sacrificio de los escritores. Como en ninguna otra época, los artistas han sido reducidos al silencio. Otra relación problemática reside en la supuesta utilidad. No obstante que ya Oscar Wilde había mostrado en El retrato de Dorian Gray que el arte era completamente inútil, Sartre se lamentaba de que ni un libro suyo podía impedir que un niño muriera de hambre. Y en un caso extremo, en el supuesto de que lo sublime es cómplice de la barbarie, T. W. Adorno afirmó que después de Auschwitz era imposible escribir poesía. El Estado revolucionario y el totalitario, el socialista y el capitalista se identifican en una cosa: cuando el escritor no legitima el stablishment o cuando su escritura no funciona como una música de acompañamiento, lo marginan, lo exilian o lo asesinan. De ahí que la literatura moderna, además de tener una actitud crítica ante su propio lenguaje, sea también una crítica de su tiempo. Una crítica que no sólo cuestiona el proceso de la historia sino que puede negarla de manera violenta; en ambos casos es un diálogo, una trama dialéctica entre dos realidades polarizadas. La novela, llamada también épica moderna, ha sido no sólo un objeto estético de amplios registros formales, sino el testimonio crítico de una sociedad. Y esto se cumple incluso si se trata de una novela histórica, es decir, aunque la ficción guarde fidelidad a los hechos, ésta será siempre una mirada problemática respecto de la historia objetiva. En este sentido, consentimos con Balzac en que la novela es la historia secreta de una sociedad. Una cuarta relación problemática radica en la novela histórica, cuyas vertientes oscilan entre la epigonía y la mirada crítica. La novela epigonal trata, siempre de manera falaz, de imitar una manera literaria, reconstruye un mundo narrativo desde la época en que suceden los hechos, desplaza el pasado hacia el presente. La novela crítica trata de reconstruir un lenguaje desde un presente en crisis, la lectura de la historia se hace desde un arsenal de técnicas narrativas modernas e interpreta el pasado en función de un devenir histórico. En esta vertiente critica se inscribe La noche de Ascensión Tun de Silvia Molina, novela histórica que versa en torno a ese episodio ominoso de la historia de México llamado Guerra de Castas. La noche de Ascensión Tun tiene la estructura de una mise en abime. El capítulo primero sucede en un tiempo presente. Una investigadora narra, en primera persona, cómo la historia del niño Ascensión Tun se vuelve mito y desemboca en una supuesta santidad. Indaga en los archivos de la Casa de Beneficencia y en las memorias manuscritas de Mateo Solís (depositadas en la Biblioteca Municipal de Campeche), y descubre que detrás de la leyenda de Ascensión Tun, no hay “ni elevación, ni santidad, ni nada” sino “una historia más sobrecogedora y triste”. Los capítulos siguientes, hasta el final, narran la historia de Ascensión Tun en la Casa de Beneficencia de la ciudad de Campeche. Los hechos suceden entre el 26 de octubre de 1889, día en que Ascensión Tun quedó huérfano debido a que un huracán arrasó el barrio donde vivía, y el 26 de octubre de 1890, día en que murió estrangulado por una mujer demente. E1 tiempo que narra la novela dura un año, pero debido al juego narrativo de analepsia y prolepsis, gana hondura histórica hasta abarcar completa la segunda mitad del siglo xix. Además de mostrar las condiciones de vida en una casa de beneficencia del siglo pasado, la novela de Silvia Molina abarca las vicisitudes de la Guerra de Castas, iniciada en 1847 y concluida hasta 1901, y cuyas referencias nos llegan desde dos perspectivas opuestas: por un lado, la narrada por el chaman Juan Bautista Puc, heredero de la sabiduría antigua y consciente de su papel en la historia, quien peleó al lado de los mayas y que en su vejez fue llevado a la Casa de Beneficencia en calidad de indigente; y por otro lado, la que escribe en sus memorias Mateo Solís, un liberal culto que tomó parte activa en el gobierno de Yucatán: y que luchó en contra de la Insurrección indígena. Estas dos narraciones en flashback se van enlazando en torno a la que sucede en la Casa de Beneficencia hasta desembocar en la muerte de Ascensión Tun. La historia novelada se enriquece con un marco aún más amplio: la guerra de los indígenas mayas en contra de sus opresores; los intentos separatistas de la península de Yucatán (que abarcaba lo que hoy es Campeche, Quintana Roo y Yucatán), y su intento anexionista con Estados Unidos, Inglaterra y Francia; la sucesión de gobiernos ineptos y ambiciosos; las asonadas militares; la venta de rebeldes (mujeres y niños principalmente) como esclavos en Cuba; la indiferencia del gobierno yucateco ante la invasión estadounidense a México; finalmente, el aplacamiento militar de la revuelta indígena y su nueva esclavitud con la consolidación de Porfirio Díaz en la presidencia de la República (véase, por ejemplo, México bárbaro de John Kenneth Turner). La noche de Ascensión Tun rescata para la literatura un drama histórico cuya resonancia podemos incluso advertirla hoy en la compleja problemática del sureste mexicano. Al ficcionalizar esa época a través de un niño huérfano, da a la novela una dimensión crítica y simbólica. Simbólica porque está narrada desde la catástrofe y la orfandad, desde una desgarradura histórica que para muchos abarca 500 años, y de esta manera se eleva como un símbolo de la condición no sólo de los mexicanos sino de aquellos pueblos que sufren “la fatalidad de la historia”. Crítica porque cuestiona la sublimación de la historia por parte de los vencedores: desenmascara su mito, nos muestra la crudeza que le da origen, nos devela los mecanismos psicológicos que nos llevan a mistificarla y nos muestra un México antiguo y profundo que, de manera paradójica, es actual todavía. En este sentido, Silvia Molina resignifica la historia a través de la ficción. Al revelarnos la historia secreta de fines del siglo xix en Yucatán, nos revela también que dicha historia no ha muerto: está en cada uno de nosotros, es una desgarradura que nos da identidad como mexicanos. Silvia Molina, La noche de Ascensión Tun, Instituto Politécnico Nacional, Colección Punto Fino, México, 2000. |