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Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Campo de Batalla de Francisco Prieto |
Campo de batalla de Francisco Prieto y el tema de la muerte anticipada Silvia Molina A Paco Prieto lo conocí por su voz. Tenía en aquel entonces, no sé si lo sigue teniendo, un programa nocturno de radio. Me hice aficionada a su sapiencia y a su tono de franqueza, de humildad: “Así pienso, pero no tengo la última palabra. Puedo estar equivocado”. La temática de su programa era variada, pero había un eje central: literatura e historia, el cruce de caminos. Luego llegué a verlo en la televisión, en un programa sobre toros a lo que supongo sigue apasionado; porque se veía no sólo su conocimiento sino su emoción. Sobre toros o toreros también llegó a escribir algunos artículos. Lo conocí a principios de los ochenta, en promexa. Me lo presentó Alberto Ruy Sánchez: había escrito un prólogo, si mal no recuerdo, a varias obras de Rafael Bernal, a quien se conoce por su novela Complot Mongol, la que Paco coloca entre Los cien mejores libros del siglo xx, como se llama su guía de lectura. Un conocedor de Bernal, cosa curiosa y de subrayar porque fuera del libro que vengo de citar, nadie lo lee ya. Me unen varias cosas a su persona y su obra aunque el trato cotidiano no se haya dado: primero que nada y lo más personal es que somos disléxicos rescatados por alguien para la vida cotidiana y lo que es mejor, para la literatura; también tenemos en común una época en que la cultura francesa era inevitable, quien no iba al ifal estaba fuera de las conversaciones en las fiestas; y el cine francés e italiano eran nuestro paradigma. [Por cierto, yo iba al ifal en un Juárez Loreto que tomaba frente a un restaurante en Mariano Escobedo llamado Jet. Allí veía casi todas las tardes a una muchacha escribiendo. Admiraba su audacia pues se sentaba sola en una mesa ignorando el entorno, sin levantar la vista del papel. Años más tarde la reconocí: era Elsa Cross, que vivía a unas cuadras.] También tenemos en común la música, y para abreviar, es como si fuéramos de una misma generación, porque me movía entre amigos más grandes que yo, de su edad. Pero a diferencia de Paco, yo no conocí a mi padre. Al contrario, lo busqué hasta creer que había dado con él. Y eso es una de las razones por las que me ha impactado sobremanera Campo de Batalla. ¡Cómo puede llegarse a odiar a un padre! ¡Cómo puede ser un padre tan cruel con los hijos! Pareciera, como han dicho algunos escritores, que a lo largo de la creación literaria se escribe un solo libro, y cada nuevo no es más que un intento por perfeccionar la obra. Y creo que ése sería el caso de Paco Prieto: sus obsesiones son tan fuertes que surgen en la escritura quizá a pesar de su propia voluntad. En el fondo de sus textos, aunque las historias son totalmente distintas yacen la culpa y la vida eterna. Y es que Francisco Prieto pertenece círculo de los escritores católicos de México: Hugo Hiriart, quien además es converso, Vicente Leñero, Gabriel Said, Javier Sicilia, Ignacio Solares, Ramón Xirau… Quizá más que sus compañeros, Paco destila en su escritura la fe que lo sostiene. Si lees a Leñero, por ejemplo, descubres en su obra la metáfora católica oculta entre líneas; si lees a Solares, te topas con los personajes y sus problemáticas religiosas; y si lees a Paco, reconoces sus preocupaciones: la culpa, el perdón, la redención y la vida eterna, por nombrar los más frecuentes, los que brotan con las historias. Y a mí me parece eso algo perspicaz y osado; pero al mismo tiempo tan natural como encontrar las obsesiones de Saul Bellow o de Isaac Bashevis Singer en sus novelas; me refiero a la problemática judía religiosa; aunque no recuerdo haber leído un texto de Graham Green, siendo como lo fue un católico perdido, hundido en la culpa; tampoco podría citar un texto católico de Hiriart. Así de pronto leer a Prieto es encontrarte a alguien para quien la fe está expresada en lo cotidiano, y sobrecoge su búsqueda o el empecinamiento por no perderla. Campo de batalla es un relato que versa sobre cómo matar al padre. Y hablo yo también aquí metafóricamente. Como acabar con él y recuperarlo para siempre; cómo perdonar a un ser brutal y orillarlo a encontrar la paz eterna, o desearle una mejor vida. Un libro que puede parecer sencillo y lineal porque se lee de corrido, pero que tiene una estructura compleja porque al mismo tiempo entraña el exilio, las relaciones de pareja, la vida filial y la complejidad fraternal. Uno va de España a América, de Cuba a Estados Unidos… Uno lee al hijo, al padre, al abuelo… Y uno encuentra a una familia cuyos miembros andan desperdigados por el mundo y se encuentran, de pronto, a festejar los 90 años del padre o a despedirlo: una narración impecable. No quisiera hablar de un libro autobiográfico y sesgar la aproximación del lector hacia ese nivel. Quizá sea un relato o una novela corta, que parte de la experiencia pero que se construye así misma, independiente del autor. En Campo de batalla el personaje central es el hijo, quien reflexiona sobre un hombre una vez violento ahora vulnerable y arrinconado en una cama de enfermo. La voz que nos cuenta la historia habla desde el fondo de una rabia pulida con el tiempo contra un padre contundente, que siempre lo atemorizó. La historia consta de 8 pequeños capítulos, Cinco Jornadas (una doble), La balada de la madre y el final. Y está escrita durante los últimos días del padre que se enfrenta a sí mismo y al otro, por el único hijo varón que para sobrevivir se apartó de la casa paterna, de ese ser que lo humilló y lo atormentó; y quien se pregunta, como se preguntará a su debido tiempo toda la familia si se le debe otorgar al padre la gracia de la muerte anticipada. Vale la pena detenerse en eso que el autor ha llamado “La balada de la madre”, una mujer que entregó su vida al esposo, que se negó a sí misma durante años y que reaccionó pasivamente ante la violencia de su marido hacia los hijos. Poco a poco descubrimos que la vida no sólo frente a la muerte es esa batalla que Francisco Prieto nos transmite en esta historia descarnada, sin adornos, simple y llanamente brutal. Una lectura que te hace reflexionar sobre las pasiones del ser humano y sobre el perdón. Felicidades Paco y gracias por tu libro, lo disfruté mucho. |