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Mi familia y la Bella Durmiente cien años después El cuento favorito de María es La Bella Durmiente, y el tío |
Guillermo Samperio, un rostro literario |
Busqué una carta que me escribió Samperio hace tiempo, para contestársela ahora después de la lectura de sus Cuentos reunidos (Alfaguara 200/) porque creo que lo entiendo mejor; pero no pude abrir la caja donde está. Recordé que la acompañan otras que no me gustaría tener en las manos en este momento. No quise revivir algunas historias en este estado jubiloso que me ha dejado su libro. Aquella carta era en esencia sobre la amistad.
La camaradería que cultivamos me dio la oportunidad de tratar a la mamá de Guillermo, doña Rosa, y a las hermanas, y de ver crecer a sus hijos: pero también me ha permitido seguir la escritura y el lenguaje, tan defeño como ninguno, del escritor. No le contesté aquella carta entonces porque no habría hecho sino repetir lo mismo que él subrayaba: en los tiempos del cólera, nosotros estábamos curados en salud, porque habíamos desarrollado una cercanía atenta a nuestra familia y a nuestro trabajo que en realidad era lo que nos había relacionado. He tenido la suerte de tener amigos como él, y como mi querido Hernán Lara Zavala. Es la amistad lo que me permite alegrarme por lo que ha alcanzando Samperio con este libro que nos da una perspectiva completa de sus textos. Leí los Cuentos reunidos este fin de semana y no dejé de reírme, de admirarlo, de festejar sus locuras y sentido del humor, su ingenio y maestría. Ahora que ha pasado tanto tiempo de conocerlo, veo con regocijo que conserva, a pesar de todo, la picardía, la mirada sobre el mundo llena de chispa y ese espíritu bromista y juguetón que está presente en sus cuentos y le da a su literatura ese sello samperiano de ironía e intensidad, de atrevimiento y diablura, de travesura y de canto a la vida. Ahora contestaría aquella carta diciéndole que, como nunca, celebro nuestro trato, porque he cerrado la última página de los Cuentos reunidos contenta y sorprendida de que su genio e ingenio sean cada vez más niños porque tiran a esa forma azorada de descubrir el mundo o de inventarlo, y porque es imposible definirlo, colocarlo en algún casillero de la literatura contemporánea: no es como nadie sino como él mismo, no sigue reglas sino rompe todas. Está en sus textos de cuerpo entero, los define, los marca, les da sentido. Sigue de jeans y chamarra, de tenis y anillos que llaman la atención, pero ahora lleva el pelo a la punk o teñido de colores. Y para rematar la extravagancia, se pintó las uñas de oscuro para sorprender en la presentación de su libro: Guillermo Samperio es también un actor, un actor de sí mismo que se retrata sonriente y fachosón en la portada de su libro, porque sabe que los textos lo trascienden. Es como su papá que lo fue todo: compositor, músico, cantante, cómico, locutor… aunque haya renegado de él y preferido aceptar la influencia de la madre y de la abuela. La literatura de Guillermo Samperio se ha ido haciendo cada vez más fantástica (en los dos sentidos), inventiva, perfeccionista, llena de experimentos narrativos y atrevimientos verbales. Lo he leído gozando hasta en el último punto su sentido del humor, y he vuelto al libro para estudiar los juegos y las obsesiones del escritor: perseguir un oficio cada vez más personal, mantener una escritura limpia, reflexionar sobre el universo, lo que lo contiene y compone, desentrañar la escritura, el lenguaje, la cultura, la creación, los artefactos… Podríamos hacer un inventario de su cotidiano, de su manera de mirar el mundo, de sus fantasmas. Los textos de Guillermo, nos enfrentan a la existencia, reflejan su curiosidad y nos invitan al juego de la vida y del arte. Hay en su literatura eso que nos pone frente a la vida, que nos respalda o nos explica como seres humanos, que nos pinta sin explicarnos, como esa plaga de ganchos que aparecen por las casas y terminan estorbando. Al volver a leer ciertos cuentos, admiré cómo esa manera de divertirse con el lenguaje ha conformado una poética, una personalísima manera de narrar que nos lleva a otro universo, al mundo concreto y apasionado que es el de la creación. En el inventario Samperiano podemos incluir la crítica a nuestra sociedad y a nuestra cultura desde un diccionario fantástico conformado por postes, coladeras, cajas de cerillos, catarinas, cucarachas…, y también por hombres y mujeres que nos reflejan como un espejo porque en él, en el diccionario, las palabras cambian de significado, se reacomodan, se transforman para expresar, dentro del juego, aquello que nos duele o nos molesta o nos define: profesionales, obreros, boxeadores, secretarias, burócratas, ambulantes, amas de casa, mujeres y hombres que nos rodean. Los textos están impregnados de tal verosimilitud que es imposible no reconocer en esa escritura a un naturalista literario del siglo xxi. Guillermo Samperio sería a la literatura mexicana lo que Francico Hernández o Charles Darwin lo fueron a la ciencia por sus descripciones y hallazgos en la naturaleza. Se podría hacer una enciclopedia con sus redescripciones de animales, objetos, artículos de vestir, personajes, sentimientos… O se podría abrir una tienda de juguetes, o publicar un manual de los trucos samperianos de prestidigitación literaria: “Escoja usted un objeto, ponga su propio detalle a la fantasía y conviértala en realidad. Transforme la vida diaria en un juego insólito, secreto y misterioso que le ayudará a burlarse de ella, a escapar de lo irremediable, a cambiar su universo.” El trabajo de Samperio, el registro de la vida de infinidad de personajes, la actitud frente a su oficio, la vida, los conflictos del momento que habita, superan su propia circunstancia y lo convierten en el mejor cuentistas que tenemos, en un destinado a sobrevivir porque descubrió otra manera de decir y de contar, con una prosa traviesa o poética o erótica, y con temas y textos insólitos, originales y únicos. Ha encontrado la libertad en la escritura y no le da miedo ni la experimentación ni la trasgresión, porque se ha reído de sí mismo y supo aprovechar lo mejor de Torri y Arreola, de Cortázar y Onetti, de Filisberto Hernández y de Arlt, de Carver y tantos otros norteamericanos que le enseñaron a mirar y a reflexionar y a quienes dio lo mejor de su escritura para que su influencia fuera sólo un motor para tu propio estilo, para tener su propio rostro. |