Urrutia, Elena
En Creación y crítica, v. I, núm. 4, septiembre de 1982.
“El naufragio político de la guerra de castas”
Silvia Molina, Ascensión Tun, Martín Casillas Editores, S. A., México, 1981, 154 pp.
No es precisamente la Guerra de Castas la trama sobre la cual Silvia Molina teje la historia de su novela Ascensión Tun. El periodo en el que ésta se desarrolla es una especie de epílogo a esa guerra, durante los años de relativa tranquilidad en la Península. Una tranquilidad que se ve interrumpida por los habitantes de Campeche por la desastrosa inundación que sufrieron la noche del 26 de octubre de 1889.
Para socorrer a los damnificados del desastre, la Casa de Beneficencia abre sus puertas llegando a ella, como restos de un naufragio, un niño, mujeres y ancianos que videnen a ser también, de alguna manera, restos del naufragio político que fue la Guerra de Castas. Ésta es evocada en el relato que de las dos facciones hacen el indio Juan Bautista Pue, brujo, curandero y herborista, recogido por la Casa de Beneficencia como un indigente cuando, viejo y enfermo, no tiene ya donde acogerse; y Mateo Solís, poeta y periodista liberal, convertido en director de la misma Casa de Benficencia en recompensa por sus méritos políticos.
Así se esboza, en el relato hablado de Puc y en las memorias que Mateo Solís redacta, el pasado inmediato de los habitantes de la Casa de Benficencia, verdadera escoria de esa población alejada del gobierno central y doblemente golpeada, por la lucha armada y por el desafuero de las fuerzas naturales.
Otro episodio de la historia reciente es evocado una y otra vez por Consuelo la loca, doblemente enloquecida cuando a los ocho años es dejada sola, abandonada en Tekax a la merced de los indios levantados en armas, y cuando, a los quince años, queda nuevamente abandonada después de haber sido seducida por el capitán austriaco Hedeman: la visita que la extranjera Emperatriz de México, Carlota, hiciera a Mérida y Campeche, un año y medio después de su entrada solemne en la ciudad de México.
En medio de estos desheredados que viven en una suerte de gueto, limpiando tabaco y torciendo pita, el niño Ascensión Tun languidece en su orfandad, acogido sólo a la magia de la sabiduría del viejo Puc que le devuelve su identidad en el relato de la gesta indígena, y a la magia de la locura de Consuelo que descubre en la frescura niña de Ascensión al único interlocutor posible.
Ascensión encontrará en Consuelo algo más: ella será el instrumento de su tránsito a otra vida y la mano que al llevarlo a la muerte abra, al mismo tiempo, de par en par las puertas de la leyenda que quiso que Ascensión Tun, haciendo honor a su nombre, se elevara a los cielos un año justo después de la inundación y de su ingreso a la Casa de Beneficencia.
En esta misma editorial, Silvia Molina publicó meses antes Leyendo en la tortuga. Su primer libro, publicado por Joaquín Mortiz, La mañana debe seguir gris, la hizo merecedora del Premio Villaurrutia en 1977.
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